Una situación social que agrava el
proceso de exclusión social y, tal vez el más importante, es el desempleo. Por
ello nuestras administraciones públicas no pueden ser meras gestoras impasivas
ante esta situación y han de ser una pieza clave de las políticas activas de ocupación.
El trabajo ha sido durante siglos una de las actividades
principales mediante la cual las personas hemos definido parte de nuestra
identidad. La era industrial y la aparición del Estado de Bienestar supusieron
un paso más en la identificación de las personas al trabajo ya que la situación
de asalariado creaba un vínculo estrecho con la estructura económica que
invadía todos los ámbitos de la vida. Los seguros de desempleo, los seguros por
enfermedad, las pensiones y ayudas asistenciales, la atención sanitaria
generalizada, la educación de los hijos, las viviendas de protección social,
etc., como derechos adquiridos por la relación salarial, hacían que las
personas se vieran protegidas “desde la cuna hasta la tumba” (Martínez Pardo,
M., 1992), aunque con algunos matices.
Aún hoy, aunque este vínculo se extingue poco a poco, la
pérdida del empleo o la inestabilidad a largo plazo en el mismo provocan la
pérdida de los derechos reconocidos por “estar empleado”. Entonces, el
desempleo puede también afectar a todos los ámbitos de la vida: la relación
conyugal o con la pareja o la familia, la vejez, la educación de los hijos, la
sanidad de todos los miembros de la familia, el acceso a la vivienda, etc. Y
aún más, el desempleo puede afectar a la propia identidad personal que podría
entrar en crisis generando una variada sintomatología según cada persona.
Algunas investigaciones (García Rodríguez, Y., 2002) han encontrado que las
personas desempleadas, y sobre todo los desempleados de larga duración pueden
sufrir una sintomatología depresiva que se presenta como: insomnio, falta de
concentración, tener sentimiento de inutilidad, sentirse incapaz de tomar
decisiones, notarse en tensión, perder la confianza en sí mismo, sentirse
tristes...
La sintomatología depresiva suele ir acompañada de un estado
generalizado de indefensión, culpa y baja autoestima y afecta más a los
desempleados mayores que a los jóvenes.
Por otro lado, la presión económica a que se ven obligados
los desempleados les lleva, en un principio, a disminuir drásticamente el
tiempo de ocio compartido, lo que a su vez hace que se encuentren cada vez más
solos o solas.
A medida que el tiempo del desempleo se alarga, les lleva
también a tener que tomar serias medidas respecto de sus bienes, como por ejemplo,
irse de la vivienda que habitaban, vender los artículos no imprescindibles,
etc.
Para combatir esta situación social grave, son necesarias políticas
activas, donde los planes de ocupación y la formación lleguen a más personas,
donde las ayudas a empresas que contratan a personas paradas de nuestra ciudad,
sean cada día mayores, donde se les diga a las empresas que trabajan en nuestra
ciudad que tienen que contratar a personas paradas de Sant Feliu ( sino a
todas, porque no sería legal, si a un número importante) y donde en definitiva
estas políticas activas sean una pieza clave de nuestra administración local,
tal y como ha sido estos últimos cuatro años con un gobierno de ICV-EUiA en
nuestra ciudad, todo ello para luchar contra la exclusión social en nuestros
barrios.